Refugios virtuales para colapsos mentales

Mundos distantes

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4 mayo, 2017

Fuera caretas: soy totalmente ajeno a la saga ‘Final Fantasy’. Por diversos motivos —casualidad o simple desinterés—, nunca le he prestado suficiente atención. Lo máximo a lo que ha llegado nuestra relación ha sido a un par de magreos con ‘Final Fantasy X’ en PlayStation 2, o unas míseras e infructíferas miradas furtivas con ‘Final Fantasy VII’ en su versión para Steam. «Shame on you», os oigo murmurar, y no sin razón. En mi lista de deudas con el mundo, está claro que la sempiterna saga de Square Enix se alza desafiante en los puestos más altos de la vergüenza. Sí, lo sé, vivo en pecado. Es cuestión de tiempo —mucho tiempo, en este caso— pero estoy convencido de que acabaré poniéndole solución. Y si de algo estoy aún más seguro es que lo que viví ayer, viendo el concierto de la gira Distant Worlds: Music from Final Fantasy en el Auditori Forum de Barcelona, será pieza fundamental en mi conversión.

Los datos: Distant Worlds es la representación en vivo de una selección de temas de las bandas sonoras que han ayudado a dar vida a una de las sagas más prolíficas e importantes de la industria de los videojuegos. Cuando hablamos de proliferación no lo hacemos en vano, pues nos encontramos con una saga que acumula más de una treintena de títulos entre su columna vertebral y productos derivados. Pero esto tú seguramente ya lo sabías, por lo que vuelvo a lo del concierto: una orquesta, compuesta por noventa y cuatro músicos y coristas dirigidos por el ilustre Arnie Roth, dedica su vida profesional a girar alrededor del globo interpretando las icónicas melodías compuestas por el legendario Nobuo Uematsu —y las de otros compositores de la saga, como Masayoshi Soken o Yoko Shimomura— para el gozo de fanáticos y aficionados. Se trata de una iniciativa promulgada por la propia editora Square Enix, que acumula a sus espaldas diez años de trayectoria y que nació con motivo del vigésimo aniversario de la saga. Sin embargo, en España no había sido posible disfrutar del evento hasta este mismo fin de semana pasado. Abril, 2017. Sábado en Madrid, domingo en Barcelona. Dos días para la historia de los amantes de ‘Final Fantasy’ de este bendito trozo de tierra que compartimos.

Hay todo un mundo esperándonos más allá de esa cúpula de cristal que nos reduce a nuestro conjunto de aficiones y fetiches, esperando a que asomemos para hacernos cosquillas

Una vez quitados de en medio los números y los nombres, uno se da cuenta de lo poco relevantes que son en las distancias cortas. Lo pude ver cuando llegamos al lugar. Desconocía el aforo del auditorio, pero al ver la cola que esperaba en rigurosa fila su turno para entrar no era capaz de concebir lo que veía. Si bien me esperaba una buena afluencia de asistentes, no supe anticiparme a la gran cantidad de los mismos que me iba a encontrar. No me salían las cuentas. Es decir, obviamente soy consciente de la repercusión y masa que mueve esta saga, pero hay otros muchos factores, que incluyen términos no tan seguros como dinero o tiempo libre, que no responden a aficiones. Y, sin embargo, allí estábamos. Por un lado, los fans incondicionales de la saga, comentando qué canciones les gustaría que tocasen o cuáles eran sus favoritas y, por otro lado —supongo que los menos—, los que acudimos por el magnetismo natural del evento. Cuando me preguntaron que por qué iba a un concierto de música de una saga de videojuegos a los que no había jugado en una ciudad que no era la propia, desembolso de dinero mediante, mi respuesta no pudo ser más sincera: «me gusta la música, me gustan los videojuegos y me gusta viajar. ¿Por qué no?».

Y dicho y hecho: disfruté como un gorrino en un lodazal viendo cómo la gente se emocionaba con las primeras notas de ‘Not Alone’, o cómo suspiraban embriagados de ternura cuando el ‘Chocobo Medley’ alegró la sala. Mientras los músicos no dejaban de acariciar sus instrumentos, en una pantalla gigante situada a sus espaldas se proyectaban imágenes y extractos de todos los títulos de la saga. Desde los primeros ‘Final Fantasy’ hasta trozos del tráiler del anuncio del remake de ‘Final Fantasy VII’, una edición sobria pero elegante se encargó de apoyar las diversas melodías venidas de mundos distantes. El evento se saldó con una ejecución impecable, y una sonora y duradera ovación para todos los músicos y componentes del concierto.

Cada pieza levantaba pasiones y reacciones de todos los colores: alegría, pena, emoción, nostalgia. Conforme el concierto avanzaba, podía sentir cómo el peso de treinta años de vivencias virtuales se reflejaba en los más de tres mil asistentes que aplaudíamos cada pieza. Y el respeto fue casi místico. No se escuchó ni una salida de tono ni un cántico fuera de lugar. Los aplausos llegaban cuando tenían que llegar, y si el público decidió participar fue porque Arnie Roth así lo había sugerido. Y cuando el repertorio terminaba, y llegó ‘One-Winged Angel’ para cerrar el chiringuito, no había ni uno solo de los que estábamos presentes que no coreara con pasión «¡Sephiroth!» espoleados por los gestos del director de la orquesta.

Muchas veces nos enzarzamos y enredamos en debates sobre si los videojuegos son arte o no. Sobre si deberían ser así o asá. Si han de tener una historia o personajes. En cómo deberían inmiscuirse en la situación social del mundo que habitan. Y eso está bien, Dios me libre. Pero a veces y emperrados en el crecimiento cultural del medio nos olvidamos que también son mundos paralelos donde viajar cuando el nuestro nos ha drenado la energía. Refugios virtuales para colapsos mentales. Compañeros de viaje que siempre están ahí para tirar de nuestra mano y distraernos de nuestras mierdas del día a día. Cientos de personajes que sólo existen en la pantalla mientras existan en nuestros corazones y miles de historias que emocionan siempre que lo necesitemos.

Feather Final Fantasy

Salir de la zona de confort es una movida. No creo que haga falta explicar por qué nos cuesta hacer cosas con las que no estamos cómodos, pero sí es cierto que no se reduce exclusivamente a eso. Hay todo un mundo esperándonos más allá de esa cúpula de cristal que nos reduce a nuestro conjunto de aficiones y fetiches, esperando a que asomemos para hacernos cosquillas. Ni siquiera tiene por qué ser algo especialmente poco llamativo para nosotros a simple vista: es cuestión de dejar de lado la inmovilidad galopante de este mundo en perpetuo movimiento, y dar un pequeño paso al frente. O a un lado.

Cuando me preguntaron que por qué iba a un concierto de música de una saga de videojuegos a los que no había jugado en una ciudad que no era la propia, desembolso de dinero mediante, ya sabéis lo que respondí. Y es que, al final de la historia, los videojuegos serán lo que sus jugadores quieran que sean o no serán en absoluto.

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